CrónicaPoética @Davpapelcronica

lunes, 31 de octubre de 2011

OJOS DULCES Y CLAROS

Ojos dulces y claros, de gracia peregrina,
Más bellos que los ojos cantados por Cetina,
Ojos dulces y claros, de gracia peregrina;

Mano exangüe y sedeña, mano sedeña y breve,
Donde duerme la casta blancura de la nieve,
Mano exangüe y sedeña, mano sedeña y breve;

Labios rojos cual pétalos de rosa purpurina,
Labios rojos que un claro resplandor ilumina,
Labios rojos cual pétalos de rosa purpurina;

Ojos que sois fanales en mi noche, ojos claros,
Labios rojos y manos cual mármoles de Paros,
Dejadme de rodillas y en éxtasis besaros.

ISMAEL ENRIQUE ARCINIEGAS (colombiano)

El Tren Expreso

Al ingeniero de caminos el célebre escritor
don José de Echegaray, su admirador y amigo.

CANTO PRIMERO: LA NOCHE

I
Habiéndome robado el albedrío
un amor tan infausto como mío,
ya recobrados la quietud y el seso,
volvía de Paris en tren expreso;
y cuando estaba ajeno de cuidado,
como un pobre viajero fatigado,
para pasar bien cómodo la noche
muellemente acostado,
al arrancar el tren subió a mi coche,
seguida de una anciana,
una joven hermosa,
alta, rubia, delgada y muy graciosa,
digna de ser morena y sevillana.

II
Luego, a una voz de mando
por algún héroe de las artes dada,
empezó el tren a trepidar, andando
con un trajín de fiera encadenada.
Al dejar la estación, lanzó un gemido
la máquina, que libre se veía,
y corriendo al principio solapada
cual la sierpe que sale de su nido,
ya al claro resplandor de las estrellas,
por los campos, rugiendo, parecía
un león con melena de centellas.

III
Cuando miraba atento
aquel tren que corría como el viento,
con sonrisa impregnada de amargura
me preguntó la joven con dulzura:
«¿Sois español?». Y su armonioso acento,
tan armonioso y puro, que aun ahora
el recordarlo sólo me embelesa,
«Soy español» la dije; «¿y vos, señora?».
«Yo», dijo, «soy francesa.»
«Podéis», la repliqué con arrogancia,
«la hermosura alabar de vuestro suelo,
pues creo, como hay Dios, que es vuestra Francia
un país tan hermoso como el cielo.»
«Verdad que es el país de mis amores,
el país del ingenio y de la guerra;
pero en cambio», me dijo, «es vuestra tierra
la patria del honor y de las flores:
no os podéis figurar cuánto me extraña
que, al ver sus resplandores,
el sol de vuestra España
no tenga, como el de Asia, adoradores.»
Y después de halagarnos obsequiosos
del patrio amor el puro sentimiento,
entrambos nos quedamos silenciosos
como heridos de un mismo pensamiento.

IV
Caminar entre sombras es lo mismo
que dar vueltas por sendas mal seguras
en el fondo sin fondo de un abismo.
Juntando a la verdad mil conjeturas,
veía allá a lo lejos, desde el coche,
agitarse sin fin cosas oscuras,
y en torno, cien especies de negruras
tomadas de cien partes de la noche.
¡Calor de fragua a un lado, al otro frío!…
¡Lamentos de la máquina espantosos
que agregan el terror y el desvarío
a todos estos limbos misteriosos!…
¡Las rocas, que parecen esqueletos!…
¡Las nubes con extrañas abrasadas!…
¡Luces tristes! ¡Tinieblas alumbradas!…
¡El horror que hace grandes los objetos!…
¡Claridad espectral de la neblina!
¡Juegos de llama y humo indescriptibles!…
¡Unos grupos de bruma blanquecina
esparcidos por dedos invisibles!
¡Masas informes…, límites inciertos!…
¡Montes que se hunden! ¡Árboles que crecen!…
¡Horizontes lejanos que parecen
vagas costas del reino de los muertos
¡Sombra, humareda, confusión y nieblas!…
¡Acá lo turbio…, allá lo indiscernible…,
y entre el humo del tren y las tinieblas,
aquí una cosa negra, allí otra horrible!

V
¡Cosa rara! Entretanto,
al lado de mujer tan seductora
no podía dormir, siendo yo un santo
que duerme, cuando no ama, a cualquier hora.
Mil veces intenté quedar dormido,
mas fue inútil empeño:
admiraba a la joven, y es sabido
que a mí la admiración me quita el sueño.
Yo estaba inquieto, y ella,
sin echar sobre mí mirada alguna,
abrió la ventanilla de su lado
y, como un ser prendado de la luna,
miró al cielo azulado;
preguntó, por hablar, qué hora sería,
y al ver correr cada fugaz estrella,
«Ved un alma que pasa», me decía.

VI
«¿Vais muy lejos?», con voz ya conmovida
le pregunté a mi joven compañera.
«Muy lejos», contestó; «¡voy decidida
a morir a un lugar de la frontera!»
Y se quedó pensando en lo futuro,
su mirada en el aire distraída
cual se mira en la noche un sitio oscuro
donde fue una visión desvanecida.
«¿No os habrás divertido»,
la repliqué galante,
«la ciudad seductora
en donde todo amante
deja recuerdos y se trae olvido?»
«¿Lo traéis vos?», me dijo con tristeza.
«Todo en Paris lo hace olvidar, señora»,
le contesté, «la moda y la riqueza.
Yo me vine a Paris desesperado,
por no ver en Madrid a cierta ingrata.»
«Pues yo vine», exclamó, «y hallé casado
a un hombre ingrato a quién amé soltero.»
«Tengo un rencor», le dije, «que me mata.»
«Yo una pena», me dijo, «que me muero.»
Y al recuerdo infeliz de aquel ingrato,
siendo su mente espejo de mi mente,
quedándose en silencio un grande rato
pasó una larga historia por su frente.

VII
Como el tren no corría, que volaba,
era tan vivo el viento, era tan frío,
que el aire parecía que cortaba:
así el lector no extrañará que, tierno,
cuidase de su bien más que del mío,
pues hacía un gran frío, tan gran frío,
que echó al lobo del bosque aquel invierno.
Y cuando ella, doliente,
con el cuerpo aterido,
«Tengo frío», me dijo dulcemente
con voz que, más que voz, era un balido,
me acerqué a contemplar su hermosa frente,
y os juro, por el cielo,
que, a aquel reflejo de la luz escaso,
la joven parecía hecha de raso,
de nácar, de jazmín y terciopelo;
y creyendo invadidos por el hielo
aquellos pies tan lindos,
desdoblando mi manta zamorana,
que tenía más borlas, verde y grana
que todos los cerezos y los guindos
que en Zamora se crían,
cual si fuese una madre cuidadosa,
con la cabeza ya vertiginosa,
la tapé aquellos pies, que bien podrían
ocultarse en el cáliz de la rosa.

VIII
¡De la sombra y el fuego al claroscuro
brotaban perspectivas espantosas,
y me hacía el efecto de un conjuro
al reverberar en cada muro
de las sombras las danzas misteriosas!…
¡La joven que acostada traslucía
con su aspecto ideal, su aire sencillo,
y que, más que mujer, me parecía
un ángel de Rafael o de Murillo!
¡Sus manos por las venas serpenteadas
que la fiebre abultaba y encendía,
hermosas manos, que a tener cruzadas
por la oración habitual tendía…
¡sus ojos, siempre abiertos, aunque a oscuras,
mirando al mundo de las cosas puras!
¡su blanca faz de palidez cubierta!
¡Aquel cuerpo a que daban sus posturas
la celestial fijeza de una muerta!…
Las fajas tenebrosas
del techo, que irradiaba tristemente
aquella luz de cueva submarina;
y esa continua sucesión de cosas
que así en el corazón como en la mente
acaban por formar una neblina!…
¡Del tren expreso la infernal balumba!…
¡La claridad de cueva que salía
del techo de aquel coche, que tenía
la forma de la tapa de una tumba!…
¡La visión triste y bella
de sublime concierto
de todo aquel horrible desconcierto,
me hacía traslucir en torno de ella
algo vivo rondando un algo muerto!

IX
De pronto, atronadora,
entre un humo que surcan llamaradas,
despide la feroz locomotora
un torrente de notas aflautadas,
para anunciar, al despertar la aurora,
una estación que en feria convertía
el vulgo con su eterna gritería,
la cual, susurradora y esplendente,
con las luces del gas brillaba enfrente;
y al llegar, un gemido
lanzando prolongado y lastimero,
el tren en la estación entró seguido
cual si entrase un reptil a su agujero.

CANTO SEGUNDO: EL DÍA
I
Y continuando la infeliz historia,
que aún vaga como un sueño en mi memoria,
veo al fin, a la luz de la alborada,
que el rubio de oro de su pelo brilla
cual la paja de trigo calcinada
por agosto en los campos de Castilla.
Y con semblante cariñoso y serio,
y una expresión del todo religiosa,
como llevando a cabo algún misterio,
después de un «¡Ay, Dios mío!»
me dijo, señalando un cementerio:
«¡Los que duermen allí no tienen frío!»

II
El humo, en ondulante movimiento,
dividiéndose a un lado y a otro lado,
se tiende por el viento
cual la crin de un caballo desbocado.
ayer era otra fauna, hoy otra flora;
verdura y aridez, calor y frío;
andar tantos kilómetros por hora
causa al alma el mareo del vacío;
pues salvando el abismo, el llano, el monte.
con un ciego correr que al rayo excede,
en loco desvarío
sucede un horizonte a otro horizonte
y una estación a otra estación sucede.

III
Más ciego cada vez por su hermosura
de la mujer aquella,
al fin la hablé con la mayor ternura,
a pesar de mis muchos desengaños;
porque al viajar en tren con una bella
va, aunque un poco al azar y a la ventura,
muy deprisa el amor a los treinta años.
Y «¿Adónde vais ahora?»,
pregunté a la viajera.
«Marcho, olvidada por mi amor primero»,
me respondió sincera,
«a esperar el olvido un año entero.»
«Pero, ¿y después?», le pregunté, «señora?»
«Después», me contestó, «¡lo que Dios quiera!»

IV
Y porque así sus penas distraía,
las mías le conté con alegría
y un cuento amontoné sobre otro cuento,
mientras ella, abstrayéndose, veía
las gradaciones de color que hacía
la luz descomponiéndose en el viento.
Y haciendo yo castillos en el aire,
o, como dicen ellos, en España,
la referí, no sé si con donaire,
cuentos de Homero y de Maricastaña.
En mis cuadros risueños,
pintando mucho amor y mucha pena,
como el que tiene la cabeza llena
de heroínas francesas y de ensueños,
había cada llama
capaz de poner fuego al mundo entero;
y no faltaba nunca un caballero
que, por gustar solícito a su dama,
la sirviese, siendo héroe, de escudero.
Y ya de un nuevo amor en los umbrales,
cual si fuese el aliento nuestro idioma,
más bien que con la voz, con las señales,
esta verdad tan grande como un templo
la convertí en axioma:
que para dos que se aman tiernamente,
ella y yo, por ejemplo,
es cosa ya olvidada por sabida
que un árbol, una piedra y una fuente
pueden ser el edén de nuestra vida.

V
Como en amor es credo,
o artículo de fe que yo proclamo,
que en este mundo de pasión y olvido,
o se oye conjugar el verbo te amo,
o la vida mejor no importa un bledo;
aunque entonces, como hombre arrepentido,
al ver una mujer me daba miedo,
más bien desesperado que atrevido,
«Y ¿un nuevo amor», le pregunté amoroso,
«no os haría olvidar viejos amores?»
Mas ella, sin dar tregua a sus dolores,
contestó con acento cariñoso:
«La tierra está cansada de dar flores;
necesito algún año de reposo.»

VI
Marcha el tren tan seguido, tan seguido,
como aquel que patina por el hielo,
y en confusión extraña,
parecen, confundidos tierra y cielo,
monte la nube, y nube la montaña,
pues cruza de horizonte en horizonte
por la cumbre y el llano,
ya la cresta granítica de un monte,
ya la elástica turba del pantano;
ya entrando por el hueco
de algún túnel que horada las montañas,
a cada horrible grito
que lanzando va el tren, responde el eco,
y hace vibrar los muros de granito,
estremeciendo al mundo en sus entrañas;
y dejando aquí un pozo, allí una sierra,
nubes arriba, movimiento abajo,
en laberinto tal, cuesta trabajo
creer en la existencia de la tierra.

VII
Las cosas que miramos
se vuelven hacia atrás en el instante
que nosotros pasamos;
y, conforme va el tren hacia adelante,
parece que desandan lo que andamos;
y a sus puestos volviéndose, huyen y huyen
en raudo movimiento
los postes del telégrafo, clavados
en fila a los costados del camino,
y, como gota a gota, fluyen, fluyen,
uno, dos, tres y cuatro, veinte y ciento,
y formando confuso y ceniciento
el humo con luz un remolino,
no distinguen los ojos deslumbrados
si aquello es sueño, tromba o torbellino.

VIII
¡Oh mil veces bendita
la inmensa fuerza de la mente humana
que así el ramblizo como el monte allana,
y al mundo echando su nivel, lo mismo
los picos de las rocas decapita
que levanta la tierra,
formando un terraplén sobre un abismo
que llena con pedazos de una sierra!
¡Dignas son, vive dios, estas hazañas,
no conocidas antes,
del poderoso anhelo
de los grandes gigantes
que, en su ambición, para escalar el cielo
un tiempo amontonaron las montañas!

IX
Corría en tanto el tren con tal premura
que el monte abandonó por la ladera,
la colina dejó por la llanura,
y la llanura, en fin, por la ribera;
y al descender a un llano,
sitio infeliz de la estación postrera,
le dije con amor: «¿Sería en vano
que amaros pretendiera?
¿Sería como un niño que quisiera
alcanzar a la luna con la mano?»
Y contestó con lívido semblante:
«No sé lo que seré más adelante,
cuando ya soy vuestra mejor amiga.
Yo me llamo Constancia y soy constante;
¿qué más queréis», me preguntó, «que os diga?».
Y, bajando el andén, de angustia llena,
con prudencia fingió que distraía
su inconsolable pena
con la gente que entraba y que salía,
pues la estación del pueblo parecía
la loca dispersión de una colmena.

X
Y con dolor profundo,
mirándome a la faz, desencajada
cual mira a su doctor un moribundo,
siguió: «Yo os juro, cual mujer honrada,
que el hombre que me dio con tanto celo
un poco de valor contra el engaño,
o aquí me encontrará dentro de un año,
o allí…», me dijo, señalando el cielo.
Y enjugando después con el pañuelo
algo de espuma de color de rosa
que asomaba a sus labios amarillos,
el tren (cual la serpiente que, escamosa,
queriendo hacer que marcha, y no marchando,
ni marcha ni reposa)
mueve y remueve, ondeando y más ondeando,
de su cuerpo flexible los anillos;
y al tiempo en que ella y yo, la mano alzando,
volvimos, saludando, la cabeza,
la máquina un incendio vomitando,
grande en su horror y horrible en su belleza,
el tren llevó hacia sí pieza por pieza,
vibró con furia y lo arrastró silbando.

CANTO TERCERO: EL CREPÚSCULO

I
Cuando un año después, hora por hora,
hacia Francia volvía
echando alegre sobre el cuerpo mío
mi manta de alamares de Zamora,
porque a un tiempo sentía,
como el año anterior, día por día,
mucho amor, mucho viento y mucho frío,
al minuto final del año entero
a la cita acudí cual caballero
que va alumbrando por su buena estrella;
mas al llegar a la estación aquella
que no quiero nombrar, porque no quiero,
una tos de ataúd sonó a mi lado,
que salía del pecho de una anciana
con cara de dolor y negro traje.
Me vio, gimió, lloró, corrió a mi lado,
y echándome un papel por la ventana:
«Tomad», me dijo, «y continuad el viaje».
y cual si fuese una hechicera vana
que después de un conjuro, en la alta noche
quedase entre la sombra confundida,
la mujer, más que vieja, envejecida,
de mi presencia huyó con ligereza
cual niebla entre la luz desvanecida,
al punto en que, llegando con presteza
echó por la ventana de mi coche
esta carta tan llena de tristeza,
que he leído más veces en mi vida
que cabellos contiene mi cabeza.

II
«Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,
cuenta os dará de la memoria mía.
Aquel fantasma soy que, por gustaros,
juró estar viva a vuestro lado un día.
»Cuando lleve esta carta a vuestro oído
el eco de mi amor y mis dolores,
el cuerpo en que mi espíritu ha vivido
ya durmiendo estará bajo las flores.
»Por no dar fin a la ventura mía,
la escribo larga… casi interminable…
¡Mi agonía es la bárbara agonía
del que quiere evitar lo inevitable!
»Hundiéndose al morir sobre mi frente
el palacio ideal de mi quimera,
de todo mi pasado, solamente
esta pena que os doy borrar quisiera.
»Me rebelo a morir, pero es preciso…
¡El triste vive y el dichoso muere!…
¡Cuando quise morir, dios no lo quiso;
hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!
»¡Os amo, sí! Dejadme que habladora
me repita esta voz tan repetida;
que las cosas más íntimas ahora
se escapan de mis labios con mi vida.
»Hasta furiosa, a mí que ya no existo,
la idea de los celos me importuna;
¡juradme que esos ojos que me han visto
nunca el rostro verán de otra ninguna!
»Y si aquella mujer de aquella historia
vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,
aunque os ame, gemid en mi memoria;
¡yo os hubiera también amado tanto!…
»Mas tal vez allá arriba nos veremos,
después de esta existencia pasajera,
cuando los dos, como en le tren, lleguemos
de vuestra vida a la estación postrera.
»¡Ya me siento morir!… El cielo os guarde.
Cuidad, siempre que nazca o muera el día,
de mirar al lucero de la tarde,
esa estrella que siempre ha sido mía.
»Pues yo desde ella os estaré mirando;
y como el bien con la virtud se labra,
para verme mejor, yo haré, rezando,
que Dios de par en par el cielo os abra.
»¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante
que os cita, cuando os deja, para el cielo!
¡Si es verdad que me amásteis un instante,
llorad, porque eso sirve de consuelo!…
»¡Oh Padre de las almas pecadoras!
¡Conceded el perdón al alma mía!
¡Amé mucho, Señor, y muchas horas;
mas sufrí por más tiempo todavía!
»¡Adiós, adiós! Como hablo delirando,
no sé decir lo que deciros quiero.
Yo sólo sé de mí que estoy llorando,
que sufro, que os amaba y que me muero.»

III
Al ver de esta manera
trocado el curso de mi vida entera
en un sueño tan breve,
de pronto se quedó, de negro que era,
mi cabello más blanco que la nieve.
De dolor traspasado
por la más grande herida
que a un corazón jamás ha destrozado
en la inmensa batalla de la vida,
ahogado de tristeza,
a la anciana busqué desesperado;
mas fue esperanza vana,
pues, lo mismo que un ciego, deslumbrado,
ni pude ver la anciana,
ni respirar del aire la pureza,
por más que abrí cien veces la ventana
decidido a tirarme de cabeza.
Cuando, por fin, sintiéndome agobiado
de mi desdicha al peso
y encerrado en el coche maldecía
como si fuese en el infierno preso,
al año de venir, día por día,
con mi grande inquietud y poco seso,
sin alma y como inútil mercancía,
me volvió hasta Paris el tren expreso.

Ramón de Campoamor (Español)

LA HORA DEL BESO

¡Hora bendita y única! Está todo
–la tierra, el aire, el cielo– preparado
Como para una fiesta. Las pupilas
se absorben; entrelázanse las manos;
un ángel invisible
Junta y oprime sin rumor los labios;
y algo sin nombre y sin sustancia, un éxtasis
de gloria, un fluido, un hálito,
sube del corazón a las esferas
Y baja al corazón desde los astros.

Y huelen como nunca los rosales,
y el césped es de raso,
y los setos se estrellan de luciérnagas,
y hormiguean de estrellas los espacios,
y el ruiseñor entre las sombras canta,
de su hembra y de su voz enamorado.

Lejos, a la sordina,
vuelva la frente sus cristales diáfanos,
y de la fronda surge
un secreto de amor como de tálamo.

Como al nacer del mundo, están dos seres
bajo el cielo romántico,
los ojos en los ojos,
las manos en las manos,
bebiéndose el aliento,
buscándose los labios…

VÍCTOR DOMINGO SILVA (chileno)

lunes, 17 de octubre de 2011

Ciudad

Arthur Rimbaud
Soy un efímero y no demasiado descontento ciudadano de una metrópoli considerada moderna porque eludió todo gusto conocido en el amoblamiento y el exterior de las casas así como en el trazado de la ciudad. Aquí no señalarías la huella de ningún monumento de superstición. ¡La moral y la lengua, en fin, han sido reducidas a su más simple expresión! Estos millones de personas que no necesitan conocerse manejan tan parejamente la educación, los oficios y la vejez, que el curso de sus vidas debe ser varias veces menos largo que el atribuido a los pueblos del continente por una estadística loca. Así como desde mi ventana, veo espectros nuevos girando a través del espeso y eterno humo del carbón -¡nuestra sombra de los bosques, nuestra noche de verano! Erinias nuevas, frente a mi casita que es mi patria y todo mi corazón puesto que aquí todo se parece a esto: la Muerte sin lágrimas, nuestra activa hija y servidora, un Amor desesperado y un bello Crimen lloriqueando en el barro de la calle.

Naditación (fragmento)

Gonzalo Arango

Al escribir no bebo, ni me estupefaciento, ni me inspiro. A lo sumo estoy algo aburrido, o no timbró el teléfono para oír su voz de jazz que tanto me gusta, o estoy harto de medir la extensión tornasolada de Junín, recibiendo el homenaje indignado de los energúmenos.

El nadaísta opina:
- no hay que estar orgullosos de ser hombre, ni de pensar. ¿ves ese par de moscas que se aman? (señala los bichos con el bolígrafo) Ese par de moscas son felices, si supieran qué cosa es la felicidad.

Refuta el humanista:
- pero el hombre es el que ha inventado la palabra “mosca” y la palabra “felicidad”. En eso radica su horrible superioridad sobre los otros animales. A través del lenguaje nombra las cosas como un reclutamiento a la existencia, las convoca de la nada al ser.

El nadaísta cierra la discusión:
- ¿Qué necesidad hay que decir “mosca” si ella es? Esas moscas hacen el amor sin saber qué es el amor. Para ellas la vida es un lenguaje. En cambio el lenguaje del hombre es un lenguaje para asesinar la vida, un lenguaje de enterradores, un lenguaje de muertos.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Tedio

Leer hojas de té desbarata al que se expone a la catástrofe,
diseñando futuros donde nada ocurrirá:
pon una moneda en palma gitana y bostezando
pronosticará aun que no quedan peligros por conquistar.
El riesgo hoy es improductivo: el ingenuo caballero
halla que los ogros son obsoletos y los dragones
desconocidos, mientras hastiadas doncellas cuestionan
lances contra lo terrorífico por llanamente absurdos.

La bestia en el bosquecillo jamesiano nunca acosará,
condenando a crisis la opaca carrera de héroe;
y cuando ángeles indiferentes apuestan la baraja de Dios,
ya las aburridas plateas se muestran impacientes por fin,
ansiosas por ver estragos, ni súplicas ni premios
engatusarán dama o tigre de la puerta ciega de la perdición.

- Sylvia Plath -

domingo, 10 de julio de 2011

SE JUNTAN DESNUDOS

Dos cuerpos que se juntan desnudos
solos en la ciudad donde habitan los astros
inventan sin reposo el deseo.
No se ven cuando se aman, bellos
o atroces arden como dos mundos
que una vez cada mil años se cruzan en el cielo.
Sólo en la palabra, luna inútil, miramos
cómo nuestros cuerpos son cuando se abrazan,
se penetran, escupen, sangran, rocas que se destrozan,
estrellas enemigas, imperios que se afrentan.
Se acarician efímeros entre mil soles
que se despedazan, se besan hasta el fondo,
saltan como dos delfines blancos en el día,
pasan como un solo incendio por la noche.

Jorge Gaitán Durán (colombiano)

viernes, 17 de junio de 2011

POEMA EQUIS

Te espero sobre la misma puerta,
en la distribución de las sonrisas
pongo mi mano abierta.
Te espero sobre la rendición de las manzanas,
en el camino de nuestras soledades,
en las horas de todas las mañanas
pongo tu cuerpo y tus miradas.

Tú vuelves
como un viento amarrado a su destino
como regresa el paso
cuando acaba el camino.
Hoy he visto tu voz en mis papeles
mi desesperación en las noticias
y he mirado los sobres en que sueles
viajar cada semana hasta mis manos.

Hemos sido
batalla de la mala distancia
y ahora vienes
como vuelve la luz hasta una estancia
por años clausurada.
Fruta en resurrección,
tiendo mi mano desde las raíces
hasta tu aparición
como un ala que envuelve tu llegada.
Todo estará en su sitio,
mi sangre con la tuya, mi lanzada,
el paso que tuvimos no ha cambiado,
el beso se sostiene sobre su lento fuego
y el llamado
aquel que hizo el llanto y la victoria
se ha quedado
vigilando de pie
como la sombra de las doce del día.
Hoy te pienso
libertadora de mi gran silencio
libertadora mía,
y me hundo en tu llegada
como se hunde
una pavesa en una llamarada.

ÓSCAR HERNÁNDEZ MONSALVE (colombiano)
EL ENCUENTRO

Nos volvemos a ver, amada de otros días,
casualmente: la vida tiene sus ironías
y nos une, un instante, para que recordemos
nuestras horas de abril que perdidas tenemos.

Tal vez ni me conoces: el tiempo ha transcurrido
tan veloz (la mujer es propensa al olvido)
y quizás ni recuerdes dónde estuvo alojado
tu corazón, por nuevos huéspedes ocupado.

¡Cuándo ibas a pensar que en este hombre sombrío
hallaras al que un tiempo llamaste “amado mío”:
que esta boca, reseca de beber amargura,
fuera la que probaron tus labios con hartura,
y que a ese que nombrabas “Mi dueño”... “Vida mía”...
diga “ Señor” y “Usted”...? Verdad que es ironía?

Los dos somos distintos: tú llevas traje largo,
yo cambié mi sonrisa con un rictus amargo;
después de los dieciocho pienso de otra manera:
ya no creo en la Gloria, probable o venidera;
eso sí: sigo haciendo mis versos cada día.

Yo no puedo llorar, pero mi poesía
llora por mí; ¡son dulces y tienen tal encanto
las tristezas rimadas, los dolores en canto!
Yo creo que las penas algo valen si de ellas
conseguimos hacer unas páginas bellas...

¿Soy yo mismo, soy yo, el que te amaba antaño
quién te ve indiferente?... Fue deplorable engaño
el bautizar eterno al frágil amor nuestro,
cuando el Tiempo, en la sombra, sonreía siniestro.

¡Ay! Nuestro corazón es el mar. ¿Quién augura
el color de sus ondas en el alba futura?
¿Caprichos?... ¿Veleidades?... ¡Bah!... quizás el encanto
está en la alternativa de carcajada y llanto,
estar hoy en un sitio y mañana estar lejos,
y verse en nuevas almas como en nuevos espejos...,

¡Ah!, cabecita loca, alma pueril y vana
que eternizar pretendes la abrileña mañana
y detener el tiempo con tu manita leve:
¡ni con todos tus soles fundirás esta nieve!...

Y hasta luego… Yo me vuelvo a mi oscuro
cuchitril de poeta, donde vivo seguro
de que nadie me quite mi dolor, donde puedo
soñar, llorar un poco, sin que me asalte el miedo
de ser cursi... Tú, sigue haciendo la existencia
menos amarga, con tu adorable presencia,
al prendista tu esposo... Me voy antes que hiele
(tu marta “cibellina” reta a los fríos, huele
a “Dame en noir” tu cuerpo tibiecito...). ¡Ah!, chiquilla
¿qué tiene si nos marcháramos los dos a mi boardilla?

MEDARDO ÁNGEL SILVA (ecuatoriano)
DEL ADVENIMIENTO

Imagen pura: luz antecedida
de la aurora que al sol siempre precede;
divino ser que su fulgor no puede
ya contener: tú surges en mí vida,

sonriendo de misterio, apercibida
de perlado rocío. El alba quede
en ti, y revele cuánto te sucede,
tu flor azul, en Dios humedecida!

Surges de un invisible mar ausente,
un velo de agua y luz cabrillea,
ciñe tu cuerpo, y en la sombra crea

suprema claridad. Así sonriente
tu blanco rostro llégase a mi lado,
de divina presencia, circundado.

***

Sin saber yo de ti, tú ya eras mía;
al encontrarte, en ti reconociera
algo perdido que, en la tierra entera,
sin saber lo que fuese, perseguía.

Desde la misma eternidad venía
cuán seguro y atento; se dijera
que sabía tan solo que no era,
aquello, que un instante parecía.

Así fui prosiguiendo mi jornada,
obediente al instinto y al destino;
curioso de una luz que sobrevino,

me quedé con el alma deslumbrada,
reconociendo el bien que apetecía
con un terrible asombro de alegría.

***

Ningún dolor te acuesta esa belleza;
nada esa clara luz que de ti fluye;
cuando llevas, adquiere tu pureza;
amedrentado como sombra huye

el pensamiento bajo, que enmudece.
Toda tristeza esboza una sonrisa;
en todo pecho Amor se exalta y crece;
los corazones laten más aprisa.

Y tú lo ignoras; asombrada miras
el estupor que nace cuando llegas;
sonríes, callas, pasas y suspiras,

y a las miradas ávidas te entregas.
El impalpable roce de querella,
y en ansiedad de ausencia estás más bella.

***

Vas impelida por mandato obscuro;
tímida ensayas en doliente giro,
con paso leve y raudo, el inseguro
vuelo imposible que callado miro.

Atenta escuchas mi silencio grave
buscas sonriente, en turbación rosada,
desviar el fuego del poder que sabe
enlazarte, invisible, a mi mirada.

Invierta acudes, si me acerco lento;
palpitas, ríes, callas y, vencida,
asómase tu alma en el lamento

de tu boca, que queda estremecida.
Sentimientos ambos el pavor divino
de entrever la tragedia y el destino.

***

Quien bien ama el Amor, calla y espera.
Nunca pide una dádiva; parece
que el don así otorgado desmerece,
cuando él busca que libre se le quiera.

Tanto ama, el Amor, de esta manera
que antes de ser amado, ni que empiece
a lograr la ternura que merece
ese amor infinito del que muera,

él ya, se da, sin tregua, ni medida
su ternura inefable se derrama
y el alma de su amor y de su vida

termina por amar a quien tal ama.
Y sin saber siquiera por qué brota,
mana ese puro amor que nada agota.

***

Yo estaba en ti, oh! Amada, como un sueño;
en tu invisible hoguera, era una llama;
soñando florecía el seco leño,
mezclado con tu luz, él que te ama.

Por adentrarme en ti, en mí no estaba;
ahora me despiertas y regreso;
mas sigue mi alma de tu ser esclava,
siempre mi corazón en ti está preso!

Si así tú a me aprisionas ¿cómo quieres
que libre, esté y yo sea responsable?
Si por tus ojos, con tu sol me hieres,

y a horizonte me impulsas, insondable,
yo más me encuentro en mí, si en ti resido,
y más despierto voy, si más dormido.

***

Solo el silencio que te expresa, entera,
a un más que tu palabra y tu belleza,
me susurra que sólo la nobleza
en tu alma pura soberana impera.

Callado escucho, y a mi vez quisiera
decir con mi silencio que ya empieza,
y revelar con él esta tristeza
que ninguna palabra tradujera.

Absortos en quietud y suspendidos
escuchar sin palabras, sin oídos;
y atentos, y a la vez ensimismados,

expresar el misterio y lo inefable,
al quedar con los ojos enlazados
dejando que el silencio solo hable.

***

Responde tu silencio al amor mío,
con un lenguaje tan maravillado,
que es como el remanso de algún río,
donde al beber me veo retratado.

Como un campo que siéntese bañado
en el polvo inconsútil del rocío,
me recorre la luz de un calofrío;
tu silencio a mi alma la ha besado!

Grave dulzura que a mis ojos cierra,
me desprende liviano de la tierra;
y mi silencio, al tuyo entremezclado,

dejan nuestra existencia suspendida,
alcanzando el milagro de una vida
que en palabras jamás hemos logrado.

PEDRO PRADO (chileno)

martes, 10 de mayo de 2011

Fragmento de cuentos de Marguerite Yourcenar

Las dos de la madrugada. Las ratas roen en los cubos de basura los restos de un día muerto: la ciudad pertenece a los fantasmas, a los asesinos, a los sonámbulos. ¿Dónde estás tú, en qué cama, en qué sueño? Si tropezara contigo, pasarías sin verme, pues no somos percibidos por nuestros sueños. No tengo hambre: no consigo digerir mi vida esta noche. Estoy cansada: anduve toda la noche para escapar de tu recuerdo. No tengo sueño: ni siquiera siento apetito de la muerte. Sentada en un banco, embrutecida a pesar mío por la llegada de la mañana, dejo de recordar que trato de olvidarte. Cierro los ojos… Los ladrones sólo desean nuestras sortijas; los amantes, la carne; los predicadores, nuestras almas; los asesinos, la vida. Pueden quitarme la mía: los desafío a que cambien algo en ella. Echo hacia atrás la cabeza para sentir por encima de mí el murmullo de mis hojas… Estoy en el bosque, en un campo… Es la hora en que el Tiempo se disfraza de barrendero y Dios tal vez de trapero. Él, el avaro, el testarudo; él, que no consiente perderse una perla entre el montón de conchas de ostras a las puertas de las tabernas. Padre nuestro que estas en los cielos… ¿Veré yo venir alguna vez un hombre viejo, con un abrigo pardo, con los pies llenos de barro por haber atravesado Dios sabe que río para reunirse conmigo? Se dejaría caer en el banco, apretando en su puño cerrado un valioso regalo que bastaría para cambiarlo todo. Separaría los dedos lentamente, uno tras otro, con prudencia, pues el regalo podría echarse a volar… ¿Qué llevaría en su mano? ¿Un pájaro, una semilla, un cuchillo, una llave para abrir la lata de conserva del corazón?

domingo, 1 de mayo de 2011

Y SI TE QUIERO ABIERTO

Y si te quiero abierto
como el centro imposible
de un mundo transparente,

si te quiero imposible,
más allá de mis brazos
o la aurora que extiende
un sueño en las tinieblas,

más abierto que el viento,
más leve y más amante,
será porque mañana
nos quisiera infinitos,

unidos como nieve
a punto de ser agua.
Y es por eso que dejo
resonar la memoria,
todas esas palabras
de hilo que se enredan
en tu boca o la mía.

Chantal Maillard

lunes, 7 de febrero de 2011

PRESENCIA

Estás presente en todo lo que miro
Y en todo lo que canto y lo que cuento,
En la vertiente de mi pensamiento
Y en la raíz amarga del suspiro.

En el aire de otoño que respiro,
En la luna de plata y en el viento,
En la fuga del río, en el aliento
Del jazmín y en la estrella de zafiro.

Hace mil años que nos encontramos,
obedecimos a los mismos amos.
Dijo la misma estrella nuestra suerte.

Nos impuso el amor la misma pena,
la misma claridad, igual cadena,
y nos dio muerte de la misma muerte.

Juan Guzmán Cruchaga (chileno)

martes, 11 de enero de 2011

LA COGIDA Y LA MUERTE

A las cinco de la tarde.

Eran las cinco en punto de la tarde.

Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.

Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.

Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.

Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.

Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.

Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.

Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.

Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.

En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.

¡Y el toro, solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.

Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,

cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,

la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.

A las cinco en punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.

Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.

El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.

El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.

A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.

Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.

Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,

y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.


¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

FEDERICO GARCÍA LORCA