CrónicaPoética @Davpapelcronica

martes, 8 de junio de 2010

Amor

Amor de roto cauce sorprendido,
pequeño amor de desolada espiga;
rayo del corazón reconocido
por la secreta mies de mi fatiga.

Llama y ceniza, tiempo renacido
en los mismos caballos que fustiga,
río de soledad despavorido,
oculta forma que a la voz se liga.

Ansiedad de las sombras entregando
sus estrellas marchitas, clara fuente
su propio caminar iluminando.

Próxima espada del gemido ausente,
instante sus esferas prolongando,
agonía y amor eternamente.

Fernando Arbeláez (colombiano)

Rondel

Amor, deliciosa mentira,
áspero amor, abur. . . ¡abur. . .!
Es de ceniza vuestro azur,
amor, deliciosa mentira. . .!

Por vos el poeta delira
en Brujas, Tokio y Nischapur. . .
Amor, deliciosa mentira,
áspero amor, abur. . . ¡abur. . .!

–*–

Amor, deliciosa mentira,
áspero amor, retórna, vén!
Tu pena es el único bien,
amor, deliciosa mentira...

Mi corazón, ebrio, delira!
Mi corazón... tómalo!, tén! . . .
Amor, deliciosa mentira,
áspero amor, retórna, vén!

–*–

Amor otra vez su perfume
riega en mi esquiva soledad...
De Cypris trae, y de Bagdad,
amor otra vez su perfume. . .

Ya no mi ser gestos asume
de fingida serenidad:

amor otra vez su perfume
riega en mi esquiva soledad!

León de Greiff (colombiano)

ROGATIVA A MI CORAZÓN

Nadie te supo comprender,
Nadie sufrió con tu dolor;
Una mujer y otra mujer;
¡Siempre el engaño del amor!

Sacude tu agria lasitud,
Ahoga todo tu penar;
Que la carcoma del laúd
Nadie la puede adivinar.
¡Que siempre sea mi cantar
Una canción de juventud!

Fea es la luna ¿No es verdad?
Es enfermizo su claror;
Ella dejó sin heredad
Tanto poeta soñador.

Sueña un fantástico jardín
De extravagante floración,
Y ríe, ríe, corazón,
Con un trinar de mandolín.

Como un guerrero medieval
Ve a rescatar a Jerusalén.
Besa la cruz de tu puñal
Y sigue en pos del ideal
En tu soberbio palafrén.

Haz todo rojo tu pendón,
Enamorado paladín,
Y como irónico festón
Deja colgados del arzón
Los cascabeles de Arlequín.

Enciende toda tu emoción
En las quimeras que vendrán,
Y que tu aroma de perdón
Lleven en lenta procesión
Las golondrinas que se van.

Y cuando veas ondular
Una silueta de pasión,
Medita en el dolor de amar:
Yo te lo ruego corazón.

Pedro Sienna (chileno)

DIVAGACIÓN

¿Vienes? Me llega aquí, pues que suspiras,
un soplo de las mágicas fragancias
que hicieron los delirios de las liras
en las Grecias, las Romas y las Francias.

¡Suspira así! Revuelen las abejas,
al olor de la olímpica ambrosía,
en los perfumes que en el aire dejas;
y el dios de piedra se despierta y ría.

Y el dios de piedra se despierte y cante
la gloria de los tirsos florecientes
en el gesto ritual de la bacante
de rojos labios y nevados dientes:

En el gesto ritual que en las hermosas
Ninfalias guía a la divina hoguera,
hoguera que hace llamear las rosas
en las manchadas pieles de pantera.

Y pues amas reír, ríe, y la brisa
lleve el son de los líricos cristales
de tu reír, y haga temblar la risa
la barba de Términos joviales.

Mira hacia el lado del boscaje, mira
blanquear el muslo de marfil de Diana,
y después de la Virgen, la Hetaíra
diosa, blanca, rosa y rubia hermana.

Pasa en busca de Adonis; sus aromas
deleitan a las rosas y los nardos;
síguela una pareja de palomas,
y hay tras ella una fuga de leopardos.

* * *

¿Te gusta amar en griego? Yo las fiestas
galantes busco, en donde se recuerde,
al suave son de rítmicas orquestas,
la tierra de la luz y el mirto verde.

(Los abates refieren aventuras
a las rubias marquesas. Soñolientos
filósofos defienden las ternuras
del amor, con sutiles argumentos,

mientras que surge de la verde grama,
en la mano el acanto de Corinto,
una ninfa a quien puso un epigrama
Beaumarchais, sobre el mármol de su plinto).

Amo más que la Grecia de los griegos
la Grecia de la Francia, porque Francia,
al eco de las Risas y los Juegos,
su más dulce licor Venus escancia.

Demuestran más encantos y perfidias,
coronadas de flores y desnudas,
las diosas de Glodión que las de Fidias;
unas cantan francés, otras son mudas.

Verlaine es más que Sócrates; y Arsenio
Houssaye supera al viejo Anacreonte.
En París reinan el Amor y el Genio.
Ha perdido su imperio el dios bifronte.

Monsieur Prudhomme y Homais no saben nada.
Hay Chipres, Pafos, Tempes y Amatuntes,
donde el amor de mi madrina, un hada,
tus frescos labios a los míos juntes.

Sones de bandolín. El rojo vino
conduce un paje rojo. ¿Amas los sones
del bandolín, y un amor florentino?
Serás la reina en los decamerones,
la barba de los Términos joviales.

(Un coro de poetas y pintores
cuenta historias picantes. Con maligna
sonrisa alegre aprueban los señores.
Clelia enrojece, una dueña se signa).

¿O un amor alemán? -que no han sentido
jamás los alemanes-: la celeste
Gretchen; claro de luna; el aria; el nido
del ruiseñor; y en una roca agreste,

la luz de nieve que del cielo llega
y baña a una hermosa que suspira
la queja vaga que a la noche entrega
Loreley en la lengua de la lira.

Y sobre el agua azul el caballero
Lohengrín; y su cisne, cual si fuese
un cincelado témpano viajero,
con su cuello enarcado en forma de S.

Y del divino Enrique Heine un canto,
a la orilla del Rhin; y del divino
Wolfang la larga cabellera, el manto;
y de la uva teutona el blanco vino.

O amor lleno de sol, amor de España,
amor lleno de púrpuras y oros;
amor que da el clavel, la flor extraña
regada con la sangre de los toros;

flor de gitanas, flor que amor recela,
amor de sangre y luz, pasiones locas;
flor que trasciende a clavo y a canela,
roja cual las heridas y las bocas.

* * *

¿Los amores exóticos acaso? . . .
Como rosa de Oriente me fascinas:
me deleitan la seda, el oro, el raso.
Gautier adoraba a las princesas chinas.

¡Oh bello amor de mil genuflexiones:
torres de kaolín, pies imposibles,
tasas de té, tortugas y dragones,
y verdes arrozales apacibles!

Ámame en chino, en el sonoro chino
de Li-Tai-Pe. Yo igualaré a los sabios
poetas que interpretan el destino;
madrigalizaré junto a tus labios.

Diré que eres más bella que la Luna:
que el tesoro del cielo es menos rico
que el tesoro que vela la importuna
caricia de marfil de tu abanico.

* * *

Ámame japonesa, japonesa
antigua, que no sepa de naciones
occidentales; tal una princesa
con las pupilas llenas de visiones,

que aun ignorase en la sagrada Kioto,
en su labrado camarín de plata
ornado al par de crisantemo y loto,
la civilización del Yamagata.

O con amor hindú que alza sus llamas
en la visión suprema de los mitos,
y hacen temblar en misteriosas bramas
la iniciación de los sagrados ritos.

En tanto mueven tigres y panteras
sus hierros, y en los fuertes elefantes
sueñan con ideales bayaderas
los rajahs, constelados de brillantes.

O negra, negra como la que canta
en su Jerusalén al rey hermoso,
negra que haga brotar bajo su planta
la rosa y la cicuta del reposo...

Amor, en fin, que todo diga y cante,
amor que encante y deje sorprendida
a la serpiente de ojos de diamante
que está enroscada al árbol de la vida.

Ámame así, fatal cosmopolita,
universal, inmensa, única, sola
y todas; misteriosa y erudita:
ámame mar y nube, espuma y ola.

Sé mi reina de Saba, mi tesoro;
descansa en mis palacios solitarios.
Duerme. Yo encenderé los incensarios.
Y junto a mi unicornio cuerno de oro,
tendrán rosas y miel tus dromedarios.

Rubén Darío (nicaragüense)

LOS AMANTES

¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.

Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.

Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.

Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.

JULIO CORTÁZAR (argentino)