Amor! amargo amor! Llamas de nuevo
en este corazón q ayer fue tuyo;
mas, contra ti, como coraza llevo
la luciente armadura de mi orgullo.
Quise darte mi sangre, gota a gota;
vivir, soñar y combatir por ella;
y me azotó, como el señor que azota
al perro humilde que lamió su huella.
Alcé entonces del polvo mi cabeza.
La dejé que siguiera su camino;
y abriendo mi valija de tristeza
me puse a traficar con el destino.
Marqué alegrías y pagué dolores
en el amparo de propicia sombra;
y allí, bajo los pies de otros amores,
tendí mi juventud con una alfombra.
Hoy, cuando ya quemé todo mi incienso
y no hay en mi heredad rosas ni espigas,
déjame a solas con mi tedio inmenso;
Amor! amargo amor! no me persigas.
No me arrebates la quietud inerte,
la trágica quietud en que yo vivo.
Quiero seguir viajando hacia la muerte,
lloroso y taciturno, pero altivo.
Francisco Rodríguez Moya (colombiano)
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