Divina desgarradura
del alma. Lento morir
de dolor.
Bendita tu quemadura
que me ha enseñado a sufrir
por amor.
Pensé un día que el amar
fuera liviano placer
sin espinas;
pero he visto, a mi pesar,
que es un puro padecer
penas divinas.
Mas bendigo mi dolor
y bendigo la amargura
que me acosa,
y este callado terror,
y esta sed, y esta ternura
dolorosa.
Si yo supiera cantar,
con qué celestial lamento
cantaría.
Cantar fuera mi llorar,
¡con que melodioso acento
lloraría!
Cuando los hombres sufridos
padecen tribulaciones,
llanto y mengua,
son más dulces sus gemidos,
son más suaves las canciones
de su lengua.
Pero cantar olvidé
y están ya secas las fuentes
de mi llanto ...
¿Que se hizo, adónde fué,
de aquellas horas ausentes,
el encanto?
La luz de mis alegrías,
el rayo de mi esperanza,
¿dónde fueron?
De aquellos pasados días,
el ardor y la pujanza
¿qué se hicieron?
Yo he perdido corazón,
juicio, voluntad, placer
y sosiego;
me consume la pasión
y sólo sé amar y arder
en este fuego.
Supe mirar y cegué,
supe hablar y enmudecí
en hondo abismo;
yo, que tan claro me vi,
desde que amo no sé
de mí mismo.
¡Fuerte amor, santa piedad
que me avivas y me inflamas
con tu ardor!
¡Oh congoja! ¡Oh caridad!
¡Oh pena y deleite! ¡Oh llamas
del amor!
Se hundió en mi carne el cauterio:
salió el alma por la herida;
quedé inerte;
sentí el terror del misterio ....
¡del misterio de la vida
y de la muerte!
Pero en el trágico instante,
¡oh fuentecilla que bañas
mi cercado!,
miré en tu espejo el semblante
que yo tengo en las entrañas
dibujado.
Sobre el cristal de la fuente
rutilaban como estrellas
sus pupilas ...
¡con un mirar tan clemente!,
¡con unas luces tan bellas
y tranquilas!
¡Amor! de tu flecha herido,
yo olvidé mis pesadumbres,
mis enojos,
y vi el cielo prometido
viendo las serenas lumbres
de tus ojos.
¿Qué importa vivir penando
y sentir en noche oscura
poco sueño,
si el alma vela, gozando
de la altísima hermosura
de su dueño?
Si el espíritu se enciende,
¿dónde habrá para esta tea
noche obscura?
Locura de amor me prende.
¡Dulce amor! ¡Bendita sea
tu locura!
Tú me enseñaste a sufrir,
tú me enseñaste a gozar
padeciendo.
Tú me enseñaste a vivir,
tú me enseñaste a triunfar
resistiendo.
Yo darte el alma he querido,
para que en ella ejercites
tu rigor.
¡Con tus dardos la has herido;
tenla, pero no le quites
su dolor!
RICARDO LEÓN (español)
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